“Él será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra”.

Isaías 2:4

nones, capítulo trece. para n.n



siete días habían pasado y cinco horas más de diferencia. tres días sin escuchar el despertador, a excepción de su estómago y su hígado respectivamente, después de desayunar las tres pastillas nuevas, el vaso de agua por las pastillas, el de leche y el de jugo. no las incorporó a la rutina, no hizo caso al una cada ocho horas, es una pérdida de tiempo, pensó. nueve miligramos nuevos a diario y contando. su mano izquierda tanteando la mesa de luz, el agua insípida, incolora e inolora, como le enseñaron en quinto grado. agua. tenía ganas de cambiar algo pero no sabía qué, quizá la combinación de las cerraduras o los tres cuchillos desafilados. tomó un baño de cuarenta y cinco minutos. no escuchó nada o no quiso. no escuchó cinco llamadas hechas cada tres, cinco, siete, nueve y once minutos. eran de un número que no conocía y que ya no respondía. su agenda con números viejos no le sirvió de mucho. notó que la equis, la ye y la zeta están juntas y que no hay ningún nombre agendado y tampoco cree que agende alguno, como en la che y la elle. volvió a dormir. había perdido el alma, su boca cerrada, lastimada. haría lo imposible para mantener la respiración sin que alguien lo note. pensó en las tres pastillas otra vez o quizá fue su estómago, no recuerda. pensó en un trago, una copa, su nuca, su rostro anónimo, en ese cuarto. sonreía, despertó así. finitos músculos cambiaron su rostro, frente al espejo del cuarto de baño, el único espejo de la casa, de esos con botiquín vacío, dividido en tres espejos, con tres estantes con agua oxigenada vencida en noviembre del año mil novecientos noventa y nueve. treinta y siete grados a la enésima potencia y el placer de tener tantos libros para dedicárselos todos y leérselos todos. ese día que había comenzado como cualquier otro no terminó como tal, había algo más en su mente, algo que no había notado, un par de piernas pálidas entrando al mar, pero eso era lo de menos, pensándolo bien, es un par. el equilibrio en cinco dedos, esa luz, ese cuarto, la sonrisa. los músculos, diecisiete, para ser exactos.